El “management” occidental cobra valor frente a China

“¿Cómo era China?” Me preguntaron todos a mi llegada a casa con ojos de sueño tras un vuelo nocturno. Mi respuesta fueron unas palabras extraídas de la obra de Noel Coward “Vida Privadas”. “Muy grande, China”. No era respuesta muy impresionante teniendo en cuenta que acababa de pasar seis fabulosos días fanfarroneando sobre Pekín, Shangai y Hong Kong. Tampoco era algo que hubiera aprendido de mi estancia allí. Cuando viajas de un lado a otro del avión al coche, las distancias dejan de importar.

Al aceptar la invitación a un viaje para compartir distintos puntos de vista, esperaba regresar con una mente rebosante de ideas obre el “management” y una maleta repleta de falsificaciones de bolsos. Estaba segura de que las primeras serían tan abundantes como las segundas: no se puede experimentar un milagro económico de la magnitud del chino sin desarrollar curiosas lecciones de “management” de las que pueden aprender otros países.

Treinta segundos después de aterrizar en Pekín, tuve el primer contacto con el ambiente laboral. Esperándonos para ayudarnos con las gestiones aeroportuarias estaba la mujer más arreglada que he visto en mi vida, con un uniforme de chaqueta azul y guantes blancos. En el hotel, el personal llevaba finos atuendos grises. No cabe duda de que China sabe cómo hacer uniformes, y que Occidente lo ha olvidado: los sacrificó en aras del individualismo hace mucho tiempo. Los uniformes, comprobé, son elegantes, buenos para el consumidor, dan cierta seriedad al trabajo y evitan el estrés de decidir qué ponerte por la mañana.

La siguiente lección fue la más profunda. La rapidez y la eficiencia eran la tónica dominante. Los trabajadores hacían exactamente lo que se supone que tienen que hacer, trabajar. Allí donde íbamos, veíamos filas de gente uniformada recibiendo severas instrucciones de sus jefes antes de comenzar sus turnos. Parece que en China la vieja herramienta del “hazlo porque yo lo mando” sigue dando resultados. Muy impresionante, aunque asusta un poco.

El tercer día, conocí a una periodista china que escribe sobre su lugar de trabajo y comparamos impresiones. Me explicó que los trabajadores chinos se quejan y arman escándalo si un compañero recibe privilegios que ellos no tienen. En la oficina imperan las intrigas –los ascensos por méritos son casi inexistentes –y las normas que rigen las relaciones y el estatus son muy importantes, y casi imposibles de entender para los occidentales.

A cambio, intenté explicarle lo ridícula que es la vida en la oficina occidental. “¿Aptitudes?” repitió perpleja. “¿Clases para controlar el temperamento?” Movió su cabeza con incredulidad. En China, gritar no tiene nada de malo. Todo el mundo lo hace. Cuando le expliqué la “evaluación de 360º”, estuvo a punto de caerse de la impresión. Allí, me comentó, con frecuencia se pide a los empleados que valoren a sus compañeros, pero suele tratarse más de acusaciones que de evaluaciones. Sólo se animó cuando le hablé de las actividades de equipo para crear vínculos. Ah sí, me respondió, son muy populares en China, solo que se hacen en fin de semana y si no asistes te descuentan dinero del sueldo.

Durante la conversación, ocurrió algo extraño. Mientras ridiculizaba la hipocresía de la gestión occidental, empecé a pensar en ella con más afecto de lo habitual. Dejé de querer traer a casa lecciones de “management” de China. Evidentemente, ella sintió lo mismo: después de la comida me envió un correo electrónico explicándome que su próxima columna sería sobre por qué resulta más fácil ser jefe en China.

Más enigmáticas aún eran las tiendas de lujo. En Pekín y Shangai hay casi tanto Louis Vuitton y Chanel como Starbucks y Costas. Todos saben que China vive el mayor boom del lujo de la historia. Pero cuando pasé por estas tiendas, el único signo de vida eran sus escuadrones de ansiosas vendedoras. ¿Ocultan algo las tiendas, o admitirá pronto alguien del sector del lujo que han entrado de forma demasiado apresurada en China? ¿Qué hay en el fondo de todo ello? Le pregunté a nuestra corresponsal en China. Se encogió de hombros. Me respondió que cuanto más conocía China, menos esperanzas albergaba de llegar al fondo de nada.

Lucy Kellaway
Financial Times

Extraído del diario “Expansión”.