Las marcas tienen siempre una historia que contar…o deberían tenerla. Algunas – las más – hablan de tradiciones, de lo emprendedores que eran sus fundadores y de las “canutas” que las pasaron para hacer triunfar su concepto visionario.
Es el toque nostálgico que añade el dramatismo obligado para crear esa aureola de autenticidad, que como las historias de mili o de viejos amores, si no inventadas, pues casi.
Todas las marcas, a poco que rasquen y le echen su “cuento”, encontrarán un motivo para hacernos volver la vista atrás…y de ese flashback tratar de sacar petróleo en el flashforward.
Porque no nos engañemos, que los auto-homenajes tienen poco de dar las gracias y mucho de “seguimos en pie” y “vamos a seguir vendiéndote”
Las Pump de Reebok ya han cumplido 22 añitos y celebraron sus anteirores cumpleaños hasta con un web-museo apto para la lágrima, que re-forzó su posicionamiento con perspectiva histórica, para decirte que las zapatillas dejaron de ser blancas, planas y de fácil acordonamiento en cuanto a alguien se le ocurrió convertirlas en “callejeras”, “bronxianas” y “pre-raperas”.
Y de ahí a las cosas que ahora nos calzan – ellos – poquita más creatividad en el diseño industrial salvo añadir colorines, suelas que parecen tocar suelos, y sistemas que las inflan, las desinflan, las hacen respirar, y a poco que las dejes, salen a correr solas.
Las Pump militarizaron de golpe el glamour de lo deportivo, y enterraron al fín la estética desenfadada heredada de Starsky. La de las tres rayas, las que quedaban bien con vaqueros…antes de que estos se “descampanaran” hasta romperse, meterse por dentro, o simplemente, no ponerse nunca más de la misma manera.
Pablo Martín Antoranz
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