En todas las empresas suele haber, al menos, una de esas personas. Por lo general, suelen ser gente mediocre y que se considera el ombligo del mundo. Trabajan junto a profesionales con éxito y beben de ellos, admiran sus expectativas pero envidian sus metas.
Aluden mis palabras al caso de un buen amigo que se ve inmerso en un dilema laboral. Tiene que tratar a diario con clientes en los que trabajan personas que ya pensé que estaba en extinción. Uno de esos trabajadores que suponen un lastre para su empresa, aquellos que tratan a proveedores y a colaboradores como verdaderos ineptos.
Cuentan con una cualidad a su favor, y es que suele darse el caso entre ellos de que intentan convertirse en confidentes e íntimos amigos de su jefe inmediato, quien muchas veces desconoce esta situación. Pero entre los proveedores y otros trabajadores relacionados con ellos se habla, y ya se conoce el lastre que es esa persona para la dinámica de la empresa.
Los perjuicios son muchos: estas personas minan el trabajo diario que se realiza, perjudican las relaciones, fomentan la desconfianza y, sobre todo, no incentivan la creación de talento. Pero está claro que, en el momento más inesperado, los colaboradores dejarán de trabajar con esa empresa y al final el lastre de la compañía se volverá contra ella misma.