
Pascual, con la chulería de la descremación de precios – metáfora marketinoláctea – y Alcampo, con la altivez del todo-a-cien. Lo cual, más allá de la anécdota – a mi plín, que será por leches – abre debates interesantes sobre el verdadero poder que cada cual tiene en la oferta de productos-de-consumo. El vaquero versus el tendero. La fábrica enfrentada a la tienda. La estrategia uperisada contra la estrategia “despensarizada”.
Alcampo se la tenía guardada a Pascual por querer jugar al lujo en el universo de los chollos, en la pelea de los céntimos, en los pasillos de mucho-brik y poco en el monedero. Porque en la distribución según las grandes superficies todavía hay lucha de clases, y más que de clases, de castas.
Pascual es el asceta de la alimentación, ese que medita anirvanado en el camino del gran lineal. Levita cuando quiere. Junto a él, la plebe de marcas blancas, y marcas que no necesitan blanquearse para tener el mismo efecto. O color, según se mire y explique.
Pero la divinidad, reencarnada o no, es donde se depositan los dineros, donde se llenan los carros y donde se mide la fe del consumo por centímetro cuadrado.
Y Dios es francés, en España y en nuestras neveras. Pero esto es más un Olimpo que un solo-templo.
Feliz Año Nuevo.
Pablo Martín Antoranz
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