
Kate Middleton no es exáctamente Diana Spencer, pero las ganas de más Lady Di ahí están. Y es suficiente con que William sea hijo de quien es, se parezca a la princesa-está-triste-qué-tendrá-la-princesa, se case con un pivón y le coloque el pedrusco maternal, para que los hijos de la Gran Bretaña se enchufen de nuevo al glamour perdido, ese que acabó misteriosamente en el Túnel de l’Alma hace unos añitos para el lagrimeo más universal.
Otro verano de alta alcurnia, de flashes inacabables, de reminiscencias más victorianas que isabelinas, con los últimos modelos más Ascot y las pilas del country-branding bien recargadas.
Dios salvará a la Reina, pero a los Windsor solo les salvan las sweet memories…
Pablo Martín Antoranz
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